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Alguien dijo (varios lo dijeron, y no importa quién lo dijo antes) que la ciudad es un libro que se debe leer con los pies. Tratándose de Buenos Aires, eso es completamente cierto: para conocer esta ciudad es preciso caminar mucho por ella y leerla de cabo a rabo. Hay que escuchar todas sus voces también las que se manifiestan a través de las imágenes y los textos impresos. El libro Buenos Aires ha ido creciendo a lo largo de diez años en los cuadernos de viaje y de paseo de Diego Bianki. Mientras su autor insistía en perderse en la ciudad por mirar excesivamente hacia las nubes o por no apartar los ojos del suelo, iba poco a poco reuniendo esos papeles (marcapáginas de la ciudad , según la greguería) que el viento mueve a su antojo por los amplios salones de una biblioteca inabarcable. Si por un instante uno de ellos atrapa su atención, corre tras él y se lo echa al bolsillo. Así, Bianki se ha servido de centenares de papeles recuperados de la basura para ilustrar cada una de las veintisiete letras que componen este alfabeto: hay etiquetas de fruta, envoltorios de caramelo, cajas de fósforos, cartones de embalaje, folletos comerciales, servilletas, manteles y todo tipo de material impreso. Vacas, conejos y pingüinos salen al paso para saludar a los alegres caminantes que recorren veloces una galería de brevísimos textos.

 

Buenos Aires

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Alguien dijo (varios lo dijeron, y no importa quién lo dijo antes) que la ciudad es un libro que se debe leer con los pies. Tratándose de Buenos Aires, eso es completamente cierto: para conocer esta ciudad es preciso caminar mucho por ella y leerla de cabo a rabo. Hay que escuchar todas sus voces también las que se manifiestan a través de las imágenes y los textos impresos. El libro Buenos Aires ha ido creciendo a lo largo de diez años en los cuadernos de viaje y de paseo de Diego Bianki. Mientras su autor insistía en perderse en la ciudad por mirar excesivamente hacia las nubes o por no apartar los ojos del suelo, iba poco a poco reuniendo esos papeles (marcapáginas de la ciudad , según la greguería) que el viento mueve a su antojo por los amplios salones de una biblioteca inabarcable. Si por un instante uno de ellos atrapa su atención, corre tras él y se lo echa al bolsillo. Así, Bianki se ha servido de centenares de papeles recuperados de la basura para ilustrar cada una de las veintisiete letras que componen este alfabeto: hay etiquetas de fruta, envoltorios de caramelo, cajas de fósforos, cartones de embalaje, folletos comerciales, servilletas, manteles y todo tipo de material impreso. Vacas, conejos y pingüinos salen al paso para saludar a los alegres caminantes que recorren veloces una galería de brevísimos textos.