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“Un ángel. Un demonio. Un monstruo o un bebé de pelo crespo, que enfrenta unas sombras temibles. Puede tener alas o cola de pez, fundirse en sombras enormes o emerger con la claridad de la luz: Monstriña no es siempre la misma, se transforma de un dibujo a otro. Puede usar chupete y tener tres años o ser una nena más grande, que observa el mundo con templanza, lee o pinta. Aunque hay cosas que no cambian: ella vive en función de cómo siente y se anima a jugar con sus miedos, los descubre y enfrenta a sus monstruos. Así, crece. En silencio, porque no habla y, ante todo, prefiere hacer. Si ve una sombra intimidante, la ilumina con su linterna y desbarata sus planes maléficos. Si ve un jubilado en dificultades, le extiende su chanchito con monedas. Y parece habitar ese espacio imaginario en que la vigilia se confunde con los sueños y la libertad se ejerce con acciones. Monstriña respira el aire fresco de la infancia”. Verónica Abdala

Monstriña

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“Un ángel. Un demonio. Un monstruo o un bebé de pelo crespo, que enfrenta unas sombras temibles. Puede tener alas o cola de pez, fundirse en sombras enormes o emerger con la claridad de la luz: Monstriña no es siempre la misma, se transforma de un dibujo a otro. Puede usar chupete y tener tres años o ser una nena más grande, que observa el mundo con templanza, lee o pinta. Aunque hay cosas que no cambian: ella vive en función de cómo siente y se anima a jugar con sus miedos, los descubre y enfrenta a sus monstruos. Así, crece. En silencio, porque no habla y, ante todo, prefiere hacer. Si ve una sombra intimidante, la ilumina con su linterna y desbarata sus planes maléficos. Si ve un jubilado en dificultades, le extiende su chanchito con monedas. Y parece habitar ese espacio imaginario en que la vigilia se confunde con los sueños y la libertad se ejerce con acciones. Monstriña respira el aire fresco de la infancia”. Verónica Abdala